domingo, 11 de julio de 2021

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Esta mañana he escuchado a la ponente de un estudio científico que establece que España, Italia y Croacia serán los países europeos donde las olas de calor venideras causarán más muertes.

La mayoría de las regiones españolas está afrontando estos días  una subida de temperaturas que, por el momento, no ha provocado víctimas directas. Esta ausencia de fallecimientos se debe a la suerte caprichosa, no a la ciencia estudiosa, ya que sobrellevamos esta amenaza calórica con las mismas herramientas “no científicas” a las que ha recurrido la Humanidad desde el amanecer de los tiempos: evitar exponerse al sol, buscar protegerse en la sombra y mantenerse hidratado. Pese a los innegables avances científicos que salvaguardan a nuestra sociedad, frente a algunos rigores seguimos recurriendo a alivios ancestrales –el confinamiento pandémico es un recurso tan salvador como atávico–; lo que me retrotrae a una sensación de que, en lo vital, el tiempo no pasa y sí que pesa hasta que su gravedad te aplasta. Y conozco pocas realidades más aplastantes, sean científicas o burdas, que la gelidez que te paraliza tras la muerte de un ser querido.

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