lunes, 12 de julio de 2021

210712

 Continúo el texto que comencé ayer.

Hace trece años Europa afrontaba una ola de calor extremo cuya letalidad provocó varios miles de muertes –el número exacto de decesos es aún impreciso, pese a lo avanzado de la ciencia Estadística–.

Durante aquella canícula boreal escuché a mi amigo Antón vaticinar que no tardaría en llegar un tiempo en el que las personas de salud frágil temerían más la llegada del verano que del invierno.

Hace más de dos años que Antón falleció.

El tiempo no pasa ni pesa por nuestra amistad inmortal. Hoy, como casi siempre, me he acordado de él. La amistad verdadera no es una ciencia exacta, es una bendición. El recuerdo de su amistad resulta refrescante en este tiempo árido de afecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario